PENSANDO PENSANDO…

L | COMUNIQUÉ…?

Una serie de historias en serie, para hablar de Comunicación Interna sin hablar de Comunicación Interna

CAPITULO 1. MI MADRE
José Manuel Hernando

Director Creativo Ejecutivo Aleggría Comunicación

El otro día mi grupo de MisterMind me dio una idea fantástica para potenciar misterhello.com; escribir un libro. Y eso es a lo que me he dedicado este fin de semana. Al igual que en el blog, pretendo compartir de una forma diferente esto que tanto me apasiona de la comunicación interna. Y como muestra un botón. Aquí os dejo el primer capítulo. Espero que os guste…

La señora Mila está sentada en su huerto mirando al infinito y comiendo un tomate que acaba de recoger de la mata. Lo come sin prisa, sin método, sin cuidado… El surco de pimientos está a punto de llenarse de agua. Con gran esfuerzo por su ciática se levanta del tronco que le hace de asiento y con la preciada azada que lleva en la familia varias generaciones cierra el surco y da paso al riego a la era de los cebollinos. Ya no se hacen azadas como esta, piensa siempre. Ni se cultivan tomates como esto, dice siempre. Y se vuelve a sentar para volver a su ver sin mirar. No hay más mundo que su huerto. Ella la sabe y lo saborea.

Ella es mi madre. Una luchadora a la fuerza que tuvo la gran desdicha de quedar viuda en una España donde una mujer sin estudios ni experiencia laboral y con tres hijos no debería sobrevivir más allá de la caridad de algunas familias pudientes.

Ella lo vivió todo desde la barrera; la transición, la constitución, las huelgas generales, el golpe de estado, el estado del bienestar, los pelotazos, los cambios sociales… Su lucha era particular, partidista y partidaria, y venció. Por eso ahora mira con reposo al infinito sabedor de que esa misma tierra que está cultivando es la única verdad que existe, y se resiste con uñas y dientes a su llamada.

Como parte de mi deuda con ella por hacerme existir, siempre he intentado que entendiera en qué ha invertido su vida conmigo, pero cada vez me ha resultado más complicado. Al principio era sencillo; estudiar y trabajar de administrativo en la empresa que hace las páginas amarillas era algo que podía contar a las amigas. Y es que ser administrativo abarcaba tan amplio abanico de posibilidades que no precisaba explicación.

El tema se empezó a complicar con los primeros ordenadores. Yo para acceder a mi primer trabajo tan solo tuve que demostrar que no era tonto de baba con unos sencillos test psicológicos y un básico cuestionario de cultura general. Pero para manejar esos costosos aparatos con pantalla de fósforo verde o naranja que empezaron a incorporarse en las principales compañías, había que saber mucho más; escribir a máquina…

Las academias de mecanografía proliferaron como hongos y en poco tiempo acceder a un puesto de trabajo era una competición por ver quien daba más pulsaciones por minuto. Hasta que todos llegamos a nuestro máximo nivel de competencia y dejó de ser un valor diferencial. Y entonces esas mismas academias que antes nos convertían en auténticos Billy el niño de la tecla, se reciclaron para formarnos como operarios digitales. Y ahí es cuando mi madre empezó a no entender nada.

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Primera portada del libro. Título y foto tentativa…
Yo me aficioné rápido a eso de los ordenadores. Mi primer, vamos a llamarle así, ordenador fue un zx spektrum de 48k, esa joya del diseño negra con teclas de goma y la banda del arco iris en un extremo que todavía conservo. El ordenador no tendía disco duro, por lo que tenías que acoplarlo a un casete para correr los programas que se almacenaban en cintas. El peculiar sonido del programa cargando y las bandas de color en la pantalla es un recuerdo indeleble que tenemos muchas personas de mi generación. Bueno, era bastante limitado, pero empezó a abrir nuestra mente a ese nuevo mundo de posibilidades que era la informática.

Pero la verdadera revolución vino de la mano de los ordenadores domésticos. Yo gasté un par de pagas íntegras para comprarme un Amstrad con monitor b/n y dos disqueteras de 5 ¼ (se llamaban así), una para el sistema operativo DOS (no existía Windows) y la otra para almacenar datos. Y ahí cambió todo. Mi madre no entendía qué era ese aparato ni para qué servía, pero veía que en la Caja Postal que era donde trabajaba, cada vez había más. Su única preocupación era que me quedara ciego (literal).

Yo trabajaba en cliente, por lo que los cambios que se operaron en las agencias con la incorporación de los ordenadores, nos los viví en primera persona Pero sí recuerdo un consejo que me dio mi profesor de creatividad cuando le comenté emocionado mi última adquisición: mira Jose –me dijo- un creativo de los de verdad nunca tendrá una máquina de esas entre sus manos, porque su máquina es su cabeza. Si lo que quieres es ser un vulgar maquinista (literal), adelante, aprende a manejar esas cosas. Pero si lo que quieres es ser creativo, olvídalas. Hazme caso, usa tu cabeza y deja que sean otros los que manejen esos bichos…

Por suerte no le hice caso. Olvidar el tiempo en que se hacían bocetos y artes finales con Letraset (o Decadri) formó parte del pasado rapidísimamente. Supongo que los profesionales que no se supieron reciclar como mi profesor de creatividad comparten ahora barra de bar con los irreductibles del cine mudo. Yo no sabía cuál iba a ser mi destino profesional, pero lo que tenía claro era que no quería ser administrativo, no deseaba un trabajo para toda la vida, y no me gustaba ser una pieza más de un gigantesco engranaje.

Era complejo explicar este ser, desear y gustar a mi madre, ya que ella era de la generación del haber, y del deber. En el haber, había empresas que contaban con puestos de trabajo que las personas ocupaban y nuestro deber era alcanzarlo con mayor o menor mérito, y mantenerlo para toda la vida. Estas empresas en la inmensa mayoría de ocasiones ejercían un estilo de dirección paternalista que marcaba claramente dos realidades, la del jefe, ya la del resto.

En esos tiempos, la comunicación interna era completamente inexistente. Los derechos de los trabajadores eran regulados por sus convenios laborales, y su revisión era un tira y afloja anual entre sindicatos y patronal al que la inmensa mayoría de personas éramos completamente ajenos. Con esto no quiero decir que no tuviéramos beneficios sociales, estrategias de captación y retención del talento o políticas de recursos humanos, simplemente eran cosas con las que se contaba sin darlas valor, que se asumían como derechos adquiridos, y que las empresas no explotaban como valor para retener o captar talento.

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Portada primer capítulo del libro. Creo será definitivo. La idea es trabajar con variantes de series de televisión…
Para mi madre, trabajar en Caja Postal era un sueño, y evidentemente quería compartirlo y vivirlo con sus retoños. En aquel entonces lo normal era que los hijos encontraran trabajo en la empresa de sus padres. Era una forma cómoda de selección de personal que pretendía perpetuar la especie de abnegados empleados más allá de las barreras generacionales. En esos tiempos la sangre era lo que más tiraba, para adentro, y así entré yo en el mundo laboral, de botones.

No encontrarás esto en mi página de linkedin ya que ni duró mucho, ni tuvo ninguna relevancia personal ni profesional. Mi única ocupación era esperar sentado en una mesa a que alguna pizpireta secretaria saliera de unos de los despachos y me diera algún sobre para llevar, o hacer un par de fotocopias de algún documento. Sin más. Unos meses y una mili después por suerte para mí, dejé que aquello pasara.

Mi madre no se explicaba por qué no quería volver. En su cabeza siempre estaba la leyenda urbana del Señor Bustos, que había empezado de botones y ahora era Director de nosequé. Supongo que me veía a mí en su puesto, pero bueno, la cuestión es que asumió mi decisión sin más, y me dejó que estudiara publicidad.

Supongo que el fin último de una persona que estudia publicidad es hacer anuncios para televisión, o por lo menos eso es lo que mi madre siempre ha esperado de mí. Ya no pretendo que lo entienda, hace años tiré la toalla. Pero por lo menos esta vez también podía contar a sus amigas que su hijo se dedicaba a hacer anuncios y cosas así…

Abandonar un trabajo fijo en una gran empresa y dar un doble salto mortal al mundo sin red de online fue algo que mi madre ni entendió, ni perdonó. Ella que consideraba avances como el microondas, la televisión o el lavaplatos como atrasos, pensaba que esto de las nuevas tecnologías no era algo más que una moda pasajera. Y bueno, parte de razón tuvo porque el estallido de la burbuja puntocom nos salpicó a todos.

Qué complicado me resultó explicarle lo que estábamos creando con diversia, ese primer experimento de comercio electrónico que iniciamos y que como otros tantos en su momento, acabaron en el cajón del olvido. El resto de experiencias online posteriores no fueron mejor, y cada vez que cambiaba, tocaba explicar los qués y los porqués. Hasta que harto de dar vueltas como una peonza electrónica, volví al mundo real, para la tranquilidad y regocijo de la señora Mila.

Y es que no sabía ni por dónde empezar para explicar mi trabajo en el mundo online a su grupo de parroquia. Hay que pensar que internet casi ni existía como lo entendemos ahora, y que el acceso era tan lento y restringido, que casi nadie daba un duro por él. El volver al mundo del marketing y la publicidad en antena3 provocó que ascendiera de golpe varios escalones sociales en su mundo tertuliano. Y hasta ahora…

Ella sigue pensando que trabajo en publicidad y que algún día haré un anuncio con el que poder presumir ante sus amigas. Y ya no la voy a quitar la idea. Si para ella está bien, para mí también. Además, no me veo capaz de explicárselo. Porque si ya me cuesta que amigos, parientes, clientes y cercanos lo entiendan, como pretendo que ella lo haga?

De eso pretendo vaya este libro. No sé si seré capaz pero mi objetivo es que a través de la compartición de mis experiencias, vivencias, reflexiones y logros de este tan apasionante mundo que es el de la comunicación interna, hasta mi madre entiendo en qué trabajo.

Hola. Soy Mister Hello y estamos hablando de Comunicación Interna. ¿Hablamos?

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