AL HABLA CON…
CCVI | A VUELTAS CON LOS NÓMADAS?

Manuel Mostaza
Politólogo y Director Asuntos Públicos #ATREVIA
Tiempo de lectura estimada: 2,5 minutos
Invité a Manuel Mostaza a poner todo su saber y hacer en misterhello, para compartir su experta y serena visión social, política y económica de como hacer que el nomadismo laboral pase de ser un sueño a una realidad. Y aunque no tiene bola de cristal, sus predicciones para hacer que se puedan atender las obligaciones profesionales de forma deslocalizada, suenan lógicas y acertadas. Y como el toro que es toro desde el morro hasta el rabo, este artículo es interesante desde el hola hasta el adiós. Gracias Manuel. Que lo disfrutéis. Veamos. Leamos…
Vivimos tiempos confusos, y ante la confusión, lo mejor es seguir el consejo de Benito de Espinosa, nuestro converso más querido, quien recomendaba “No burlarse, no lamentarse, no detestar, sino comprender”. Como el ámbito laboral no es ajeno a esta confusión, mejor intentar comprender antes que lamentarnos. La pandemia ha dado forma a un viento de cambio que llevaba tiempo sobrevolando las oficinas, las empresas y también los hogares de los trabajadores autónomos. Ya sabíamos, claro, que las tecnologías que comenzaron a cambiar nuestras vidas a finales del siglo XX acabaron con gran parte de las barreras del tiempo y del espacio que habían limitado las posibilidades de crecimiento y movilidad desde mediados del siglo XIX. Ya era posible, a lo largo de la primera década de este siglo, tener reuniones a distancia o enviar grandes volúmenes de información a coste marginal cero. Y también sabíamos que este cambio progresivo vino en paralelo a un doble proceso de terciarización de la economía española –a cambio de una disminución extraordinaria del peso de la agricultura- y de aumento del nivel formativo de las generaciones más jóvenes.
Este proceso de modernización de una economía cada vez más abierta -e integrada por ello en las lógicas de la mundialización- ha hecho ganar peso a las exportaciones en nuestro Producto Interior Bruto (PIB) – no llegaban al 7% el año que murió (en la cama) el general Franco y hoy suponen casi el 25%. En consecuencia, ha incrementado también el número de españoles que viven fuera por motivos laborales -llamarlos exiliados es una broma macabra- así como el de los extranjeros que residen en España por motivos laborales: el número de foráneos trabajando en España se ha multiplicado por cinco en los últimos veinte años.
Esta situación contrasta con un mercado de trabajo rígido y cuyas regulaciones laborales no parecen ser las más adecuadas para gestionar los nuevos modelos que veremos más claros el día que se levante la niebla de la pandemia. De manera especial, en lo que se refiere a los puestos más cualificados en el sector servicios. Una economía abierta como la nuestra necesita garantizar la protección para los más débiles, de acuerdo con los estándares que los europeos nos hemos dado desde finales de la segunda guerra mundial, pero también necesita flexibilidad y libertad. La posibilidad de acoger centros de deslocalización cercana en materias económicas punteras, como ha hecho en cierta medida Lisboa aprovechando para ello la digitalización de la economía, exige tener en cuenta algunos elementos que no parecen darse aún en nuestro modelo político y social.

Cartel película «De repente un extraño»
1990
John Schelesinger
La crisis generada por la pandemia nos trae de vuelta, después de varias décadas desaparecido, la retórica y el oropel del Estado, -es una manera de hablar, que estamos en la Europa continental y aquí nunca se fue del todo-. Al igual que ocurre cuando Ransom Stoddard le pide al periodista que publique la verdad sobre la muerte de Liberty Valance y este le contesta que: “Esto es el Oeste, señor. Cuando se descubre la realidad de la leyenda, hay que publicar la leyenda”, nosotros preferimos la leyenda del Estado poderoso y vigilante, pero no se haga ilusiones, lector: todo quedará en retórica hueca. No hay dinero para pagar tanta fiesta y el Estado nación -una anomalía romántica en términos históricos- hace mucho que dejó de ser eficiente para los grandes retos que plantea el siglo XXI. Pero hay un par de elementos clave que solo puede articular el Estado si queremos poder competir en la liga donde juegan los grandes. El primero es el de las infraestructuras. No habrá posibilidades de desconcentrar -al menos de manera parcial- el tejido económico del país sin conectividad en todas las partes del territorio. Igual que hoy consideramos incomprensible, por caro que sea, que un territorio no tenga luz eléctrica o agua corriente, así tenemos que considerar las posibilidades de conectarse a Internet. Y esto depende del regulador, de la capacidad que tenga de encontrar obediencia -hay que volver a Weber- y de encontrar un modelo justo de extensión de la red a lo largo de todo el país, que haga compatible el interés general con los -legítimos- beneficios de los que prestan el servicio.
Pero está claro que no basta con Internet porque hay un mundo off line que sigue teniendo necesidades en el día a día. Disponer de una red básica de servicios públicos en todo el territorio permitirá aumentar la libertad de elección de las personas que quieran vivir de una manera más nómada, teniendo en cuenta que siempre debemos estar hablando de una opción y no de una obligación. En Europa tenemos una malla de ciudades de tipo medio y buenas comunicaciones y ese es un elemento que hay que aprovechar para dar oportunidades a los que quieran deslocalizarse para vivir su proyecto vital. A mayores, la prestación de servicios públicos debe garantizar que los ciudadanos puedan ejercer sus derechos esenciales -la escolarización de los niños, el médico de cabecera, carreteras limpias y sin baches, por ejemplo- en cualquier lugar del territorio y en cualquier momento del año.
Otro elemento a tener en cuenta está relacionado con los intermediarios y no con su muerte, que sería un desastre, sino con algo mucho peor: su sustitución por monopolios en unos casos y por enjambres caóticos en otro. No hay democracia sin intermediarios y ese está siendo el gran descubrimiento de lo que llevamos de siglo. La democracia necesita medios de comunicación, también y sobre todo de ámbito local, que configuren la realidad en el día a día. El feudalismo del monopolio y la postmodernidad del enjambre acabarán atomizando la sociedad y evitarán la configuración de jerarquías narrativas que permitan conocer a los recién llegados qué es verdad y qué no es verdad de ese mundo rural en el que se quieren instalar.

Si el lector hay llegado hasta aquí podría pensar que está ante un arbitrista, un tipo que está todo el día con ese cansino tono a izquierda y derecha del excepcionalismo español para el que todo va mal y majaderías del estilo qué buen vasallo si hubiera buen señor. Nada más lejos. Tenemos que pensar de otra manera o nunca encontraremos respuestas diferentes. Como dejó escrito el señor de la Montaña, uno de nuestros conversos más queridos, «La costumbre es en verdad una maestra violenta y traidora”. Así que ahí van un par de ideas, con cara y ojos: sería bueno -en primer lugar- que los ciudadanos que se estén planteando este modelo nómada, o que estén barajando la opción de abandonar una gran metrópoli para irse a una ciudad de tamaño medio, pudieran firmar un contrato con la Administración, en realidad con la propia sociedad, para garantizar que determinados servicios tienen un periodo mínimo de duración, de manera que las personas puedan tomar decisiones racionales que les permitan cambiar su vida con un nivel mínimo de certezas. Si usted me ofrece hoy un tren madrugador para poder ir todos los días a Madrid a trabajar, garantíceme que este servicio se mantendrá durante, digamos, un mínimo de cinco años, para que yo pueda tomar decisiones sabiendo a qué atenerme.
Pero esto también va de implicar a las empresas; tienen que entender que es bueno favorecer esta movilidad. Imagine, por ejemplo, a una Comunidad Autónoma cualquiera que limita, por ejemplo, con Madrid o con Barcelona, e imagine ahora que se le ofrecen ventajas fiscales para que favorezcan una cierta actividad nómada y conseguir que sus trabajadores pasen un parte del año en zonas rurales. Si usted vive cuatro meses al año en Ávila o Segovia, pero sigue trabajando para su empresa en Madrid, la Junta, o la Diputación, se va a hacer cargo del 30% de los costes sociales de este trabajador… interesante, ¿verdad?
Una última reflexión: esto no va solo de dinero. Aquí hay siempre una cara B de la que no hablamos en público porque no es fácil de cuantificar. Una parte de este cambio no es regulatorio, ni siquiera económico. Es un cambio social y cultural que no se puede imponer ni regular por decreto. Si un sayagués es, según una de las acepciones del Diccionario de la Real Académica, alguien “tosco y grosero”, no es porque los académicos sean malvados, es porque la España urbana hace muchos siglos que mira con desprecio a esa España humillada que es la España rural. Nos hemos urbanizado hace cuatro días y -como los nuevos ricos cuando recuerdan su infancia- miramos con desprecio el mundo del que venimos. Encontrarnos de nuevo pasa por entender que uno puede realizar su proyecto vital con dignidad (y hasta con glamour) sin estar en el paseo de la Castellana; y ese es uno de los grandes retos del tiempo que empieza…
Porque esto es misterhello y estamos para eso, para hablar de comunicación interna de una forma diferente.¿Hablamos?