PENSANDO PENSANDO…

CLXXXIX | COMUNIQUÉ…?

Una serie de historias en serie, para hablar de comunicación interna sin hablar de comunicación interna

CAPÍTULO 2. EL SEÑOR GÁLVEZ
MISTERHELLO
Jose Manuel Hernando

Director Creativo #ATREVIA

(poniendo a punto el nuevo podcast…)

 

Tiempo de lectura estimada: 11 minutos

Hace tiempo empecé a escribir un libro muy al estilo de misterhello, hablando de comunicación interna sin hablar de comunicación interna. Y muy al estilo misterhello, publiqué el primer capítulo aquí, y lo archivé en la carpeta de proyectosnuncacabados. Se trataba de un ejercicio literario en el que tiraba de experiencia laboral para hablar de la comunicación interna cuando no había comunicación interna, a través de personas que me marcaron para lo positivo y lo negativo. Y aquí publico el segundo capítulo a ver si consigo pasarlo pronto a la carpeta de proyectosconcluidosyaporotro. Veamos. Leamos.

El Señor Gálvez era un capullo. Perdón por la expresión, pero el apelativo le hace bastante justicia al tipejo. Era una versión obesa de Martínez el Facha pero con menos gracia que el personaje de Kim. Hacía mucho que lo de señor se había eliminado del protocolo empresarial, pero era un tratamiento que él exigía sin distinción ni justificación. Gálvez fue el primer jefe real que tuve y por suerte, el último irreal. Cierto es que no tenía muchos referentes de mandos, pero aun sin saber lo que era uno bueno, nada más verlo supe que él no lo era.

Yo me incorporé al mundo laboral muy joven porque igual que hacer la comunión o meterte en una cuenta vivienda, era lo que tocaba. Además en aquellos años locos de la movida había mucho movimiento y no necesariamente ascendente, me animaron a compaginar estudios y juerga con trabajo. Así que sin demasiado entusiasmo anuncié a mi exiguo grupo de contactos mi puesta de largo laboral, hasta que el primo del hermano del amigo de un vecino me informó de la existencia de plazas libres en su empresa, y ahí que mi fui a opositar. Tras superar con honores el primer filtro de psicotécnicos y cultura general en los que básicamente tenías que demostrar que no eras tonto de baba, pasé a la fase de las entrevistas. Y allí fue donde tuve el dudoso honor de conocer y ser entrevistado por el tal Gálvez que según decía todo el mundo, era el terror de la empresa, por miedo y por feo.

Una tal simplemente María me informó telefónicamente y de forma completamente desapasionada de mi paso a la final en forma de entrevista con el temible y temido Gálvez. El día señalado me presenté en sus oficinas disfrazado de domingo, preguntando por una simplemente María. Tras el tiempo prudencial necesario para que la recepcionista adivinara cual de las 35 Marías era simplemente la mía, me condujo a una sala donde esperaban varios candidatos no se si para mi puesto u otro, vestidos de distintos días de la semana.

Al rato apareció la tal María, una especie de sombra zombi del tal Gálvez que sin protocolos ni preámbulos citó mi nombre, y me pidió que la siguiera hasta una enorme sala regularmente iluminada y peormente ventilada al fondo de un largo pasillo donde sin tan siquiera mirarme, me pidió que esperara. Debía de tratarse de una sala de formación, pues además de pizarras, proyectores de transparencia y papelógrafos, había una infinidad de bancos apilados contra la pared. En el amplio espacio libre central, una solitaria silla me miraba de forma recriminatoria, por lo que interpreté que debía sentarme en ella a esperar.

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Foto Original:

Segunda portada del libro. Título y foto tentativa…

Cuarenta y siete minutos de abandono después apareció el tal Gálvez precedido de su zombi. Puesto que imaginaba a una especie de orangután velludo de voz potente y mirada penetrante al que debía vencer en duelo singular, me sorprendió ver a ese pequeño ser bajito, barrigón y de cejas peinadas que, arrastrando una silla con intencionada cacofonía, se sentó frente a mí a lo John Wayne apoyando ambos brazos sobre el respaldo de su montura, y fijando su mirada porcina sobre mi insignificante figura.

Y ahí se quedó hierático mirando a través de mí, mientras su zombi me ilustraba con un cansino monólogo sobre responsabilidades e irresponsabilidades del puesto de trabajo al que postulaba, limitándome yo a sentir, asentir, ignorar o negar, según lo que suponía se esperaba de mí. Hasta que el Gálvez sin preaviso se izó de su montura, me apuntó con su rechoncho dedo, y con una voz aflautada con deje cacereño me hizo llegar una pregunta junto con un perdigón de saliva en la frente…. Señor Hernando –gritó- está bien dicho “aré lo que pude?”. Bueno –respondí yo tras un breve titubeo- si lo dice usted, supongo que estará bien, no?. Y así conseguí mi primer segundo trabajo.

Esta historia es tan irreal que a veces dudo que fuera real. Pero lo es, golpe a golpe, verso a verso. Supongo que la respuesta que esperaba se acercaba más a un “bueno, si no pudo arar más…”, pero como no parecía querer evaluar mi nivel de inteligencia sino más bien mi grado de sumisión o estupidez le convencí, y con un seco asentamiento de cabeza me aprobó y salió. Y así me incorporé al día siguiente a una quinta planta de un edificio cercano a la Castellana junto con otros doce incautos que, a buen seguro, tampoco cuestionaron ni evidenciaron su necedad.

Aquellos eran tiempos en que si decías cosas como soft skill, parecía que estabas hablando de una marca de maquinillas para el sobaco. El método natural de ascenso era vegetativo y por supuesto no te formaban para mandar pues como la paternidad, al llegar a cierta edad se te suponía la capacidad para serlo y hacerlo. Por eso Gálvez no era buen ni mal jefe, simplemente no lo era. Ciertamente era una persona útil en su inutilidad pues hacía todo lo que se le mandaba sin cuestionar ni rechistar. Lo importante eran los fines y aunque habláramos de personas, los medios no solían tenerse en consideración. Por suerte para las siguientes generaciones, la del Señor Gálvez está ya prácticamente extinta o jubilada, aunque sorprende ver lo alargada que todavía es su sombra. Pero eso, es otra historia…

Permitid que siga hablando de él, porque no tenía desperdicio. Gálvez nos hacía competir, lo cual a priori puede parecer positivo y necesario, pero hasta en eso era nefasto. El departamento en el que estábamos se denominaba Validación, y como el mismo nombre indica, nuestra misión era validar. Hay que pensar que hablamos de la era preinformática, con lo que para que algo existiera debía estar convenientemente apuntado. “Sábanas” era el nombre que se daba a esos inmensos papeles en formato a1 en el que los comerciales anotaban en larguísimas columnas el haber y el deber que hacía crecer o decrecer la cuenta de resultados, y que nosotros con celosía, validábamos. Un trabajo apasionante a la altura de cualquier cadena de montaje.

Nuestras herramientas de trabajo eran una calculadora (eléctrica), un lápiz (rojo), y una lupa (monofocal). Esta última pieza del kit del validador se añadió debido a que la legibilidad de cada documento variaba en función del nivel de atención que había mostrado cada comercial en la clase de caligrafía del colegio. Gálvez repartía las sábanas según filias y fobias personales, y apuntaba en una pizarra el ranking de los más rápidos, a los que premiaba con días libres a final de mis, y bonus a final de año.

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Portada segundo capítulo del libro. Creo será definitivo. La idea es trabajar con variantes de series de televisión. En este caso, Los Soprano…

Por más que me esforzara, yo no pasaba de las últimas posiciones, y no lo entendía. Hasta que en una cena de navidad uno de los viejos del lugar entre copa y copa compartió conmigo el gran secreto del éxito; nadie vigila a los vigilantes. Parece ser que los buenos resultados del departamento se debían a que nadie comprobaba la comprobación, por lo que los más rápidos del lugar lo conseguían porque echaban un vistazo rápido para detectar algún error flagrante, y daban por bueno el resto del documento.

Recuerdo que Gálvez nunca se dirigía a nosotros, salvo para regañarnos, y cuando lo hacía, usaba nuestros dos apellidos. Nunca te miraba salvo si eras mujer, y cuando pasaba no lo hacía a los ojos sino al escote. Y nunca jamás te tocaba salvo para dar la mano, y cuando lo hacía, debíamos contener la arcada por el contacto con ese apéndice blando, suave y húmedo.  Una vez que nos quedamos sin trabajo por problemas con paquetería, destripó un libro, nos dio a cada uno una hoja, y nos puso a contar palabras. Otra vez que alguien vertió sin querer un vaso de agua sobre una sábana, le hizo repetirla columna a columna y número a número tres veces. Tenía una peculiar forma de dirigir el equipo y lo peor es que era conocido y tolerado. A los pocos años de convivir en Tara, nombre que dabamos al departamento en honor a “Lo que el viento se llevó”, la irrupción de las “cajas tontas” automatizaron todo el proceso de anotación y validación, y evidenció lo innecesario de nuestro trabajo y por tanto, la existencia del departamento.

Por suerte, o más bien por desgracia, en esa compañía se seguía creyendo y practicando lo de “un trabajo para toda la vida”. Y como un administrativo valía para casi todo y casi nada, nos recolocaron rápido. Gálvez también se salvó de la quema. En honor a sus dudosos méritos y capacidades fue asignado al emergente departamento de reprografía, un cuarto ruidoso y mal ventilado donde se ubicaban las fotocopiadoras, encuadernadoras, perforadoras y taladradoras que, de forma centralizada, daban servicio a toda la compañía. Eso sí, el traslado no fue fácil puesto que para que él ocupara ese puesto, hubo que desplazar a Guerra a paquetería, a Parra a conserjería, y jubilar a un conserje.

Desde su nuevo califato y aunque tuvo que soportar la humillación de cambiar de estar en traje a pasear en bata, Gálvez siguió imponiendo su peculiar forma de liderar, mostrando de forma ostentosa su desprecio hacia las personas que fuimos su equipo, seguramente para encubrir la vergüenza que le daba el verse ascendido al cementerio de elefantes. Pocos años después fue jubilado con honores y un omega de oro en un acto público al que acudimos todos por la promesa del tradicional ágape de queso y copa de vino español con que se acompañaban este tipo de eventos. Muchas veces su recuerdo acude a mi memoria, pues a lo largo de mi vida profesional me he cruzado con muchos Gávez con mando o sin él. Nunca más supe de él ni él de mí, pero supongo que tras su jubilación se haría presidente de la comunidad de vecinos de su casa o líder de algún grupo de boyscouts para poder seguir ejerciendo lo que él entendía era su profesión, mandar.

Porque esto es misterhello y estamos para eso, para hablar de comunicación interna de una forma diferente.¿Hablamos?

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